jueves, 17 de noviembre de 2011

LA HISTORIA NOS RECORDARÁ (O DEBIERA).

Reconozco que buena parte del pasado fin de semana, estuve revisando "300", una película perplejante de Zack Snyder y protagonizada de forma memorable por Gerard Butler.
Me encanta sentirme provocado porque eso también hace que me sienta libre de dar mi opinión; aunque sólo sea por intentar equilibrar la propuesta y la respuesta. Más o menos, como Leónidas, un icono del honor, el deber y la gloria.
Desde hace unos meses, con el ataque carcundio a todo lo que se mueva, aunque curiosamente no hay movimiento de ejército, sino un prolongado asedio por el que pretende rendir la ciudadela llamada España por pura consunción y que todos los logros sociales y el entramado del Bienestar que los sustenta, terminen repartidos en pingües parcelas de poder, como si fueran botín de guerra, para sacarles el beneficio económico que su actual titularidad pública impide, desde hace muchos, muchos meses como digo, me siento como Leónidas, el rey de Esparta, en el paso de las Termópilas: puede que nos pasen por encima; pero, primero, que les cueste lo indecible; segundo, que tengan que negociar porque si no les será imposible gobernar y, tercero, que podamos reagrupar a todas las fuerzas verdaderamente progresistas y que en el plazo más breve posible, podamos enviarles al sitio del que nunca debieron salir, ésto es, al infierno de la oposición.
Luego, entre ellos mismos, seguro, porque son así, entre ellos se devorarán. No se extinguirán, también estoy seguro; pero terminarán más divididos que nosotros porque sólo les une el interés de ganar dinero o poder...para seguir ganando dinero, ellos y/o sus valedores: los mercaderes. Porque son éstos los que en todo momento y lugar, deciden, señalan, obligan, chantajean, sobornan, procuran y aprovechan. Me recuerdan a los éforos. No había personas a las que más despreciara Leónidas. Y yo. Voy a contar lo que sigue para los que no lo conocen. Los que ya se lo sepan, pasen de largo durante los próximos cinco párrafos.
Eran cinco magistrados, cinco (el número ideal para reunirse alrededor de una mesa camilla o de la mesa de un consejo de administración de cualquier empresa o conjunto de empresas en donde se deciden los destinos de las mismas, de los negocios globales, de las financiaciones globales, de las haciendas propias y ajenas, de las especulaciones globales y de las naciones supuestamente soberanas, significándose la especulación como el motor de todo cambio). Pero eso sí, y no como los del consejo de administración, eran elegidos anualmente por el pueblo espartano.
Y ésto sí que es muy curioso porque, sí, los elegía el pueblo; pero no representaban los intereses de quienes les habían elegido, ni mucho menos. (Bueno, como ha hecho siempre la derecha en este país cuando no había elecciones y cuando sí las hubo). Porque a quienes representaban, sin decirlo ni aparentarlo era, sorprendentemente, sí, a los intereses de la nobleza, de la aristocracia (ya se sabe, la aristocracia actual son los mercaderes; creo que se ve de forma clara y nítida) frente a la realeza. Frente a Leónidas, claro, y toda su estirpe. ¿Cómo no odiarles?. (¿Vamos viendo los parangones, las similitudes con el puñetero momento actual?. No hay nada que no haya ocurrido antes, porque ésto ha ocurrido siempre).
Tenían cometidos muy enjundiosos y destacables, pues dirigían la política exterior, recibían a los embajadores de otros países, administraban la Hacienda y custodiaban el tesoro público. Y tenían otras prerrogativas y potestades, como la de convocar a todo el patio; pero no para escucharles, sino para que aceptaran sus dictados, vamos, como los mercados y/o los tecnócratas actuales. Obligaban de forma incontestable a que se cumplieran sus dictados, conformando una auténtica gerontocracia, el gobierno de los mayores, de los ancianos, presidido por un conmilitón que recibía el nombre de epónimo, pues se ponía a su nombre la denominación de una época (como si dijéramos, la "época de Adolfo Suárez", o "de Felipe González); pero eso no quería decir que fuese el mejor, sino que era quien dominaba o sometía. En suma, lo que llamaríamos en la actualidad, los verdaderos "partebacalaos". 
También tenían la potestad de convocar a un engendro despampanante con capacidades superlativas, tal que los mercados presentes, que venía a subrayar el carácter gerontocrático del sistema político espartano. Ese engendro, determinante porque pertenecían a la aristocracia, era la llamada Gerusia. Una asamblea de 28 ancianos, nominados de entre los más linajudos, que detentaban una autoridad omnímoda sobre cualquier cuestión de la vida cotidiana. Eran elegidos por aclamación, pues el elemento decisorio no era una votación con papeletas, o a mano alzada, o de forma verbal, proclamando el nombre del elegido, qué va, eran elegidos por el sonido de los aplausos cuando se presentaban cada uno de los candidatos, o sea, que aún no disponiendo del aparato medidor, se reunían en un recinto a guisa de aplausómetro y según como sonaran y se mantuvieran las ganas de los palmeros, así se seleccionaban y nombraban los gerusios. Como ahora, cuantos más palmeros, mejor.
Una forma torticera, rebuscada, artificial, retorcida de democracia asamblearia. Los clásicos, como siempre, no dejan de sorprendernos. Para lo bueno, para lo menos bueno y para lo malo.
¿Y quiénes decidían sobre la intensidad y duración de los aplausos; en fin, quién hacía de aplausómetro?. Pues un jurado encerrado en un lugar oculto, pero próximo a la asamblea. En fin, una democracia adulterada, nada real, subjetiva y, por ende, nada transparente. ¿Como la de ahora?. No; pero algunos vicios persisten y algunas de las situaciones que acabo de describir, nos suenan a todos a poco que seamos capaces de interpretar las analogías.
Nos creemos novedosos, en la onda, modernos y rompedores; pero seguimos cayendo en los mismos vicios, despropósitos y presuntuosidades de los antiguos porque, en el fondo, somos tan clásicos y predecibles como el sonido de un gong. Y, a menudo, tan simples como el mecanismo de un chupete.
Y a todo ésto, ¿qué decía Leónidas?. El héroe hablaba poco y actuaba mucho y por eso ponía de los nervios a los todopoderosos éforos. De hecho, le llamaron a capítulo porque no había contado con ellos para recibir al embajador, más bien mensajero, de Jerjes, el cual le había trasladado las exigencias del emperador mesopotámico de total sometimiento a su voluntad. Leónidas, tan "diplomático" como siempre, había matado al mensajero y acompañantes y como había decidido plantarle cara a Jerjes, los éforos le mandaron llamar para que se explicara, pidiera disculpas y se plegara a sus designios que, desde luego, no incluía entrar en beligerancia contra el mastodóntico ejército persa. Leónidas se puso como una avispa en un bote y les espetó:
"Cerdos endogámicos y corruptos que pretendéis regir los destinos de una nación, decidme ¿desde cuándo se os dio la facultad de decidir que son antes vuestras voluntades y las de los inexistentes dioses que las del pueblo que os alimenta?. ¡Si no os debéis al pueblo, el pueblo nada os debe!".
¡¡Puñeta con los clásicos, que siempre tienen argumentos para oponerse a la injusticia y al capricho!!.
(Dedicado a Chere González y a todos/as los/as que se sientan igual de valientes).     

2 comentarios:

  1. Hola Manolo, he abierto este blog y, si lo crees oportuno, me gustaría que me ayudaras a difundirlo.

    http://untristetigre.blogspot.com/


    Gracias

    ResponderEliminar
  2. Sin duda, compañero, cuenta con ello.

    ResponderEliminar